SILENCIO ENTRE LAS SOMBRAS

En un pequeño café escondido entre las calles de la ciudad, dos amigos compartían momentos que resonaban en sus almas. La niebla de la tarde se cernía sobre las mesas llenas de risas y conversaciones, pero entre ellos había un silencio que hablaba más que cualquier palabra.

Él observaba, con una mezcla de admiración y preocupación, cómo la chispa de la complicidad se encendía entre su amigo y la mujer que siempre fluyo como una brisa suave en la habitación. Su risa, contagiosa y como un eco que trascendía, dibujaba constelaciones en el aire. Pero eran sus miradas las que sembraban semillas en el jardín del deseo.

Esa conexión era un paisaje inexplorado, una danza en la frontera de la amistad y el anhelo. Sabía que era ridículo, pero cada gesto compartido parecía romper un delicado equilibrio, un párrafo no escrito en la historia de su amistad, un secreto que crecía como un tatuaje en su piel.

La mujer, con sus ojos llenos de historias, parecía ser una musa silente, la inspiración detrás de versos que nunca se pronunciaban. En su presencia, el tiempo parecía soltarse, permitiendo que los sentimientos flotaran como mariposas en un espacio donde todo era posible y, a la vez, incierto.

Él respiró hondo, atrapando el aroma del café mezclado con el miedo y la esperanza. Aquel poema, que había brotado de su ser, era más que letras en una página; era un puente hacia lo inasible. Sabía que debía mantener el silencio, permitiendo que los sentimientos fluyeran, desenfrenados y libres, mientras contemplaba a su amigo enamorarse lentamente de lo inalcanzable.